martes, 23 de febrero de 2010

"En una fonda chiquita..."

En una fonda chiquita que parecía restaurante
entre a echarme unos tacos porque ya me andaba de hambre
ya ven que el hambre es canija pero más el que la aguante…
La mesera, canción popular


El choque de las botellas de soda, el murmullo de las pláticas y las muchas tesituras de las risas de los comensales, unas bajitas y rosadas pero otras altas y bien coloradas, se hacen más intensas al medio día, durante la hora de comida.

-¡Pásele joven! ¿qué le servimos? Sí hay caldo, sí hay enchiladas, ¡pásele! ¿ué le damos?

Esas son las palabras que siempre escucho cuando subo las escaleras del mercado Hidalgo para ir al segundo piso a comer, y es que es toda una experiencia asistir a ese lugar. Parece tan burdo, tan cotidiano, tan grosero y arrebatado, que el simple hecho de atreverse a fincarle letras suena demasiado, y al más arrogante podría espantarle el apetito.
Hace poco tiempo que frecuento el puesto de la seño Chayo, una persona amable, mujer de antes, dedicada a la cocina y a dirigir ese negocio tan casero. Porque su esposo, qué decir de él, casi nunca se le ve por esos rumbos, creo que en casa ella es la mandona, pero no por eso se niega a remendar el calzón del viejo, que eso sí, ha de ser muy lumbre pa’la ropa, no le dura nada (decía el Piporro). Aunque la verdad ni sé, no más digo. En fin.
Mi tía Rosa quiso echarme la mano invitándome a comer a esa fondita que parece restaurante, como reza la vieja canción popular, pues ella sabe que a veces y de vez en cuando, ando corto de billetes y pues, así es ella, no quiero que cambie sinceramente. Además es una mujer generosa y lo hace desinteresadamente. Mi tío Tino, su esposo, también nos acompaña y siempre me platica de lucha libre. Dice que él es la “sombra vengadora” y a veces saca su máscara de luchador y se la pone para bromear mientras estamos comiendo. A veces también le da por quitarse la dentadura postiza y hacer bromas. La primera vez que lo hizo me apostó a que él podía morderse un ojo. Me dijo:

-A ver campeón, ¿cuánto quieres apostar a que me puedo morder un ojo?
-aaaah, ¿a poco? ¿y cómo? Le contesté
-Ps mira, es fácil: Luego se quitó la dentadura y se la puso cerca del ojo para mordérselo.
-Jajaja, me reí porque me pareció simpático el chiste, y luego él me dijo:
-¿ya ves? en esta vida uno le tiene que hacer la lucha a todo, aunque cueste. No lo olvides. Esa fue una lección graciosa pero cierta. Así es mi tío, se le ocurre cada cosa.

Pero de vuelta a la comida, a mí me parece que es buena y abundante, y con el estomago vacío no hay quien se le resista, "ya ven que el hambre es canija pero más el que la aguante", dice la misma canción. Caldo de res, o comida corrida, tacos de pollo, enchiladas, milanesa, burritos y todo tipo de antojitos y fritangas son el menú diario y preferido de los clientes.
¿Y el ambiente? ¿Qué cómo es?...Sin él la digestión no sería la misma. ¡Ja! Todavía recuerdo ese día que llegó a la fonda un señor de cabello canoso plata, de nariz grande y cacariza, bigote poblado y voz aguardientosa, de esos que son muy dicharacheros y que siempre les gusta hacerse los graciosos con todo mundo, y así es, resultan ser muy graciosos.
Doña Chayo no trabaja sola, junto con ella están Pancho su hermano, Margarita y Lupita, que también cocinan y son meseras. Con esta última una vez el dichoso señor platicador entabló una conversación a la que yo preste oído.

-Hola mi amor, cCómo estas mija? ¿Qué te trajo Santo Clos? Decía el hombre con voz de adulto mayor y libidinosa. Lupe no más se reía y se sonrojaba poquito.
-Hace mucho que no te veía. Mira, te traje un regalito corazón- Y de una bolsa de plástico sacó un llavero de "rosita fresita" o algo así, ya no me acuerdo.
En otro momento, les dijo a otro comensales: -¡Mira nada más!, aquí está el “Palacio de las estrellas” (el Palacio de las estrellas es un centro nocturno en la cuidad donde hacen show los travestis) dirigió la conversación hacia otras personas. Fue cuando volteó a su izquierda y miró en la barra que hay en la fonda a un grupito como de cuatro o cinco gays que estaban comiendo. Ya se les hizo costumbre ir los martes, son clientela de doña Chayo.

-¿Y cómo está la pierna mijo? ¿a cuánto? El muy sin vergüenza se atrevió a preguntarles a los ilustres comensales, que jamás se hubieran quedado callados.
-¡Ay mijo!, pues con uste no hay fijón, cuando quiera ya sabe.

Estuve a punto de soltar una carcajada y escupir la cucharada de caldo que acababa de poner en mi boca cuando lo escuché decir esas leperadas, pero me contuve finalmente y reí para mis adentros. Luego pensé: este viejito de seguro ha de ser de esos que se hacen publicidad en el periódico con anuncios de esos de tipo: “Viejito rabo verde busca chica ecologista que le haga compañía”. Como él hay muchos casos.
Ah, y doña Chayo y Pancho no se quedan atrás eh. A ellos también les da por poner en ambiente a sus clientes. Es como el ingrediente picoso extra que le ponen a sus platillos. A uno de los otros locatarios del mercado se le ocurrió bromearle en una ocasión a la señora mandándole decir que su esposo es joto, muy joto y que ya anda saliendo del closet. Pero ella no se dejó y le respondió:

-¿Qué dice cabrón? No cabroncito, a mí no me ande mandando recados con ningún cabrón, cabronsito, ¿me oyó hijo de su pinshi madre? Y hasta cuándo se da cuenta menso, si eso yo desde cuando que lo sabía. Le contestó suelta en carcajadas sin mostrarse molesta u ofendida.

Que señora. Pero no la culpo, es la única forma que tiene para entretenerse todo el día en el trabajo, al igual que Pancho que hace lo mismo, y el locatario de enfrente con el que ambos se llevan.

-¡Panssho!, ¿ya comiste Panssho o cenaste? le grita ese hombre con voz amariconada y graciosa.
-¡Joto! Le contesta Pancho para seguirle el juego.

Como en todos los mercados de ese tipo, ahí los músicos no faltan para amenizar la hora de comer. En el Hidalgo se presenta con frecuencia un conjuntito norteño, de esos que andan en la calle tocando y pidiendo una moneda como las pianolas, aunque las pianolas no las piden sólo se las echas y ya. Singular el grupo. No más imagínense, lo conforman cuatro ancianos con sombreros texanos viejos, polvorientos, arrugados, con la parte de la toquilla manchada de sudor que parece que alguien se los orinó, lente oscuro de trailero y camisa a rayas o de cuadros, pero bien vaquera. No hay que perder el estilo. Y bota vaquera también, aunque a veces usan tenis porque dicen que es más cómodo para andar en la calle caminando en busca de clientes.
Comienzan a tocar entre las mesas; uno de ellos, con su acordeón que parece de juguete, notas agudas de dulce sabor pueblerino, tan elocuentes como la comparsa rítmica de una cantina; otro, con un tololoche amarillo al que hace guardia por detrás y jala sus gruesas cuerdas, congestionadas de sonido grave profundo; el tercero, con un saxofón dorado, fuerte y suave su timbre pero tan brillante como su color; el cuarto y último, con bajo sexto solamente, que regala el equilibrio al grupo con la opacidad de sus cuerdas. Las canciones que más tocan son de las viejitas: “Rosita de olivo”, “Paso del Norte”, “Que me lleve el diablo”, “Las mañanitas” y claro no podía faltar “La mesera” Todos cantan, los cuatro músicos, y en conjunto se escucha un coro de voces de matices grises y cafés.

- ¡Ay! ¡ay! ¡ay! Se sueltan gritos de emoción cuando los señores tocan entre el público que se congrega en el mercado.
-¡y la que sigue esta mejor eh! Dicen al finalizar la primera.
-¡ahí con lo que gusten cooperar! Dicen al marcharse

Nada hay de extraño en esto que les cuento, nada es de espanto, nada es de agravio, nada es de reproche, nada es por la nada, son las risas intermitentes de una ciudad que aún llora, son los rincones donde la alegría de Ciudad Juárez todavía se asoma.


http://www.youtube.com/watch?v=xbsetJkLa7c

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